La lucha contra la expropiación de sus terrenos que han librado las comunidades Mainé y Los Filtros, en Guaynabo, ha dado mucho de qué hablar, pero precisamente hoy se realojaba al último residente del residencial Los Álamos y la desintegración de esta comunidad pasó desapercibida.
El Municipio de Guaynabo y su Oficina de Vivienda cuenta con los servicios de rehabilitación de hogares, Home∕HOPWA (que ofrece ayuda de vivienda a pacientes de VIH), Nueva Construcción y Sección 8 de los cuales se benefician los dueños de sus viviendas a los que legalmente se les tiene que retribuir el costo de su hogar en caso de un desalojo.
Pero, ¿qué sucede si se trata del desalojo de un residencial público?
El director de la Oficina de Vivienda, Gilberto Claudio, dice no estar obligado a dejar a los residentes de los residenciales en sus apartamentos porque “éstos no les pertenecen y por lo tanto no tienen derecho a reclamarlos como suyo”.
Por lo tanto el proceso de desalojo se convierte en uno de realojo en el que los residentes de los residenciales públicos solo pueden escoger entre las opciones de reubicación que les son ofrecidas por los municipios y que en ocasiones suelen ser reducidas o poco favorables.
La desintegración de Los Álamos
El residencial Los Álamos fue construido hace aproximadamente cuatro décadas, su estructura física cuenta con 376 apartamentos y se encuentra frente a la concurrida Avenida Lopategui en Guaynabo.
Hace más de seis años ya el desalojo estaba en planes y según recuerda Nilsa Escalera, quien vivió en Los Álamos por 15 años, en el 2004, El Municipio convocó a una reunión en el centro comunal donde se trató el tema “muy por encima y con mucho tapujo” y luego de eso la gente lo olvidó.
Entre los residentes reinaba la incertidumbre y la incredulidad así que el tema del desalojo no pasaba de ser un rumor molesto. La mayoría prefería ignorarlo. En una encuesta que realizara en el 2007 con el fin de escudriñar el estado de ánimo de los miembros de una comunidad que se encontraba en planes de desalojo, se entrevistaron a alrededor de unas 70 familias, de las cuales un 53 por ciento opinó no considerar el desalojo como una opción real, aunque un 97 por ciento aseguró tener latente la preocupación de dónde vivirían.
Reinaba la desinformación
Con un tono nostálgico que era disimulado por esas risas que parecen ser para no llorar, el joven de 19 años Giancarlos Sánchez, quien desde que nació vivió en el edificio 9 del residencial, recuerda que “la información que recibíamos era la del dueño del punto” ya que fueron muy pocas las reuniones que se realizaron para orientar a los residentes sobre el tema del desalojo.
Por su parte Gilberto Claudio, describió el proceso de desalojo del Residencial como uno largo y dificultoso ya que según él “ver que estaba en malas condiciones (el residencial) es de inmediato, decidir qué se va a hacer con las facilidades, eso toma mucho tiempo”.
Por esa razón muchos de los residentes tenían versiones diferentes. En un principio y hasta pasados los primeros años la remodelación era lo que se decía con más frecuencia, pero luego ya más cercana la fecha en que comenzaron a desalojar formalmente, se habló de una égida y hasta un centro comercial.
Ante esto, Claudio, dice reconocer que el “plan maestro” que se llevó a cabo en el Residencial ha cambiado en varias ocasiones y hasta ahora no se sabe qué se va a hacer en los predios, aunque aseguró que la remodelación “no es posible”. Añadió que todavía se están sometiendo planos e ideas sobre lo que El Alcalde planea realizar, pero se los han denegado en varias ocasiones ya que los residenciales públicos pertenecen al Gobierno Federal y los municipios fungen sólo como administradores.
La remodelación no fue una opción
La opinión generalizada entre los residentes es que la táctica del Municipio fue descuidar las facilidades del residencial para lograr que un por ciento de las personas decidiera irse por su cuenta y las otras tuvieran que ser reubicados como única solución cuando la calidad de vida se tornara infrahumana.
Lo cierto es que El Municipio parecía haberse olvidado de Los Álamos y el deterioro se hizo cada vez más evidente. Nilsa quien vivió en el edificio 20, asegura que hasta el 2009 le duraron las esperanzas de una posible remodelación. “Ya para esa fecha (2009), quedaban muy pocas familias y sus apartamentos vacíos se llenaban de animales y los utilizaban de hospitalillo”. El desagüe y las tuberías gravaban la situación. “Nos dejaron como animales”, aseguró indignada Gloria Mejías quien formó parte de la comunidad por espacio de 17 años.
El director de Vivienda confesó que “a veces el gobierno tiene que presionar un poco y empujar la situación”, para lograr obtener lo que se quiere.
Consecuencias emocionales del desalojo
En el apartamento de la familia Guzmán parecía haber una fiesta. Todos comían algo, se asomaban por el balcón y hablaban de “tiempos mejores”. Esta familia quien vio nacer a su cuarta generación en Los Álamos y que ahora viven en el residencial Mabó, no deja de reunirse en las noches donde el pie forzado es siempre alguna anécdota relacionada a su vida en el residencial. Ivelisse Guzmán dice extrañar a esa nueva familia que fueron sus vecinos, la solidaridad entre los mismos residentes; “entre nosotros siempre habían peleas, pero como los hermanos, que no viniera nadie de afuera a decirles na”, como quien pierde algo que ama añadió “ahora nosotros somos los de afuera”.
El arraigo a una comunidad en la que se vivió por tantos años es un sentimiento natural que muchas veces dificulta la adaptación. Esto se agrava cuando se siente el rechazo y el discrimen en la nueva comunidad. “Por riñas pasadas es que no quieren aquí a los de Los Álamos, por eso yo no quería irme”, así dijo el joven José Rodríguez, quien fue uno de los tantos que se quedó “invadiendo” uno de los apartamentos que quedaban vacíos cuando su familia se mudó. “Me quedé en el apartamento de mi mamá y no me quería venir para acá (el residencial Mabó), pero supe que tenía que irme cuando un día me levanté con el ruido de que me estaban arrancando las ventanas”, recordó mientras hacía alusión al número 52, apartamento donde vivió la mayor parte de su vida.
Nilsa Escalera, asegura haber sufrido una crisis de nervios y de inseguridad al encontrarse sola en el residencial Vista Hermosa, donde ahora vive, “aquí uno no tiene con quien hablar, uno baja y es como si no existieras”.
Así también Gregorio Bonet, dice extrañar la jugada de dómino con los vecinos cuando llegaba del trabajo, mientras su pareja comenta de la cercanía de los hospitales y los centros comerciales. “Yo no tengo miedo de decirlo; O’Neill quiere sacara a los pobres de Guaynabo”, anunció Gregorio ante la mirada inquisidora de su compañera quien terminó coincidiendo en la opinión.
Para muchos el separarse de su entorno causa problemas emocionales. A algunos les preocupa no poder enseñarle a las futuras generaciones de la familia dónde se criaron y a otros les es imposible aceptar el desalojo, por los que aún viven ocupando apartamentos que ya fueron desalojados.
El sentido de pertenencia, la confianza, la fraternidad y la solidaridad son algunas de las palabras que describen lo que se vive en una comunidad y lo que sienten sus miembros a puerta cerrada, pero claro, reflexiona Ivelisse, “esto es algo que no comprenden los que nos miran de afuera”.
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